Narrativa…mente
“Hay que ganar el relato”. “Es conveniente tener una buena narrativa”. “El discurso estuvo bien articulado”. Frases como estas inundan los medios de comunicación, así que la narrativa está de moda. La narrativa sirve, es útil.
Una narrativa es una historia-secuencia en el tiempo donde, en un contexto concreto, ocurren cosas que afectan a un personaje (o varios) y la historia incluye el modo de actuar, sentir y pensar de los personajes ante la situación. Este marco general ha servido para construir miles de cuentos, novelas o tradiciones a lo largo de la historia.
Los seres humanos pensamos usando este marco, que podemos considerar como el heurístico más universal. Elaborar una buena historia justifica, aclara, exculpa, enamora, convence. La fuerza de una buena historia radica en su verosimilitud, en estar construida de tal manera que lo que se expone en ella pueda ser dado por cierto y, además, como preferible. No importa que la existencia de los extraterrestres sea más que dudosa, si ustedes leen El Problema de los Tres Cuerpos de Liu Cixin se engancharán a la historia de los habitantes de un planeta que tiene tres soles, la darán por muy buena y acompañaran a los trisolarianos en su devenir, como si fuera el suyo propio. ¿Cómo sería un anochecer triple? Es una sugerencia fascinante.
Una buena historia se crea a partir de las inflexiones que permiten variarla, hacerla recorrer nuevos caminos. Una mala historia es la que nos obliga a recorrerla siempre en la misma dirección y hacia el mismo destino. Las malas historias son totalizantes, las buenas son expansivas.
Y como nuestra identidad se organiza a través de la reconstrucción de los senderos de nuestra experiencia, nosotros somos, básicamente, nuestra historia.
Si nos enganchamos al material que queda al margen de la historia principal, que en el caso de la terapia es la parte de nuestra historia cargada de dolor y sufrimiento, es posible abrir ventanas a nuevos caminos, basados en la resistencia, el cambio, la reorganización, el crecimiento. Todo esto a base de buscar la evidencia de todo eso que está allí, pero que no ha sido percatado, hasta que nos ponemos a hablar de ello en detalle, indicando los momentos, lugares, acciones, deseos, emociones y pensamientos que los constituyen. Así creamos una nueva historia que es más nuestra, porque nos permite elegir entre esta parte preferida de nuestra experiencia y la parte dura y gris que está ligada al problema. La terapia narrativa no enseña, aunque con la terapia narrativa se aprende o se reaprende, se busca todo aquello que ya estaba allí, semiabandonado en el desván de nuestra historia, pero que puede transformarse sin problemas en la pieza principal de nuestro salón, en ese sofá en el que nos repanchigamos cálidamente cada vez que volvemos a casa.
Si, además, sacamos al problema de nosotros, dándole el papel de antagonista, podemos mejorar aún más la historia. Hacemos algo con él y contra él. El problema no somos nosotros, sino que es algo con lo que tenemos una relación. Eso nos da mucha potencia, lo transitivo se maneja mejor que lo copulativo, siempre.
También podemos pedir que otros contribuyan a enriquecer nuestra historia preferida, dándoles permiso para que, con sus comentarios y anotaciones, mejoren la trama y la identificación del personaje principal, esto es, del cliente. Un relato escrito en colaboración o, al menos, con sugerencias interesantes de terceros.
Excepciones y reautoría, externalización y ceremonias de definición. Estos son los nombres que en terapia narrativa se dan a las prácticas que se describen en los tres párrafos anteriores. No son más que algunas formas de dar un nuevo sentido más capacitante a nuestra historia.
Hay más, por supuesto, muchas formas de reescribirnos. De crear historias que nos enganchen y nos hagan más fuertes, más flexibles, preferidos, que construyan una historia más verosímil de nosotros y con la que nos identifiquemos más y mejor.
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Jesús García Martínez. Profesor Titular de la Universidad de Sevilla. Miembro Fundador de ASEPCO. Didacta y Docente.